Es, cuando menos, curioso que en plena expansión de las películas en 3D sea un film en blanco y negro, mudo y francés, quien consiga los principales Oscar de esta última edición. El fenómeno The Artist esconde mucho más que el glamour y el prestigio que otorgan sus cinco estatuillas. Se me ocurre, en estos días de ajetreo pre-electoral, que la peli francesa es una magnífica metáfora de lo que está sucediendo en el mundo, en la política, en nuestras casas. Decía un jienense ilustre, Jorge Manrique, en las Coplas por la muerte de su padre, que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’, algo que siempre he puesto en duda, pero que aflora siempre que se da una circunstancia adversa o triste.
The Artist vuelve al pasado, a los últimos días del cine mudo, a la crisis de aquella explosión cultural y social que supuso la imagen en movimiento. Huye de una realidad seca de ideas y de valores para hacer un viaje a otra etapa oscura de nuestra historia, la crisis del 29. Cabría preguntarse que si la intención última de los autores de la película era huir del actual hastío cinematográfico y social, ¿por qué no eligieron otra época más dicharachera? Y aquí es donde para mí surge el paralelismo. La película retrocede justo hasta el momento en el que el cine mudo colea por los estudios de un Hollywood emergente y de cuyas cenizas nacerá la gran industria mundial del cine norteamericano, que con su maquinaria eclipsará el cine europeo, que hasta ese momento había dado los mejores talentos, obviamente los hermanos Lumière, George Meliès, Robert Wiene y su Gabinete del doctor Caligari, Murnau y sus maravillosas Amanecer y Nosferatu, Buñuel y Un perro andaluz o Eisenstein y su Acorazado Potenkin. The Artist da un paso atrás para enseñarnos un futuro mejor, para decirnos que tras la tempestad vendrá la calma y que tras la actual crisis vendrá una gloriosa época de esplendor. Sin embargo, no me gusta este paralelismo, en el caso de que sea así y alguien más que yo lo vea, porque la posterior evolución que plantean acabará de nuevo en la actual crisis.
Me quedo por tanto con las ideas y el talento por encima de la fría economía y la industria. Me quedo con el color y el sonido de las políticas progresistas frente al blanco y negro y el silencio del conservadurismo. Me quedo con la lucha diaria, con la calle, con la gente, con los artistas, más que con el arte, con la música en lugar del ruido, con los sueños y no con las pesadillas, con la risa en lugar del llanto, con la primavera y no el otoño.
Con el futuro, no con el pasado.