Manolo y Carmen (que representan al ciudadano y ciudadana medio de este país) hoy no han ido a trabajar porque están de huelga. No forman parte de ningún piquete informativo, pero han elegido secundar el paro con el esfuerzo que les supone perder unos 100 euros de su nómina. Manolo y Carmen se han levantado a su hora habitual, han puesto la radio, se han aseado y han preparado el desayuno de sus hijos, que tampoco han ido al colegio. Para ellos, sus hijos, es un día de fiesta porque no tienen que ir a clase. No entienden demasiado bien qué es eso de una huelga, pero están felices. Manolo y Carmen sí saben lo que es una huelga. Unos días antes han echado cuentas para ver donde podían ajustar su presupuesto y protestar ante una situación que consideran insostenible y alarmante. Mientras miran a sus hijos tomando el tazón de leche saben que aún son afortunados porque tienen un trabajo. Apenas cobran 1.000 euros, como otros muchos matrimonios jóvenes en este país, pero saben que en cualquier momento, podrían dejar de cobrarlos, podrían ser despedidos.

A Manolo y a Carmen les da miedo la reforma laboral. Temen que después de haber estudiado una carrera, de haber tenido contratos de prácticas hasta casi los 30 años, de haberse dejado la piel en el trabajo para conseguir un contrato indefinido, ahora, en cualquier momento, les llamen desde recursos humanos y les digan que están despedidos. ¿Y por qué? Porque la empresa ha facturado en el último año un 2% menos. No porque hayan perdido dinero y no puedan afrontar los pagos. No. Porque los jefes en lugar de ganar un millón han ganado 998.000. Ya está. Y se irán a la calle con una indemnización indigna de veinte días, calculada sobre un sueldo indigno de 1.000 euros y sin poder rechistar, porque el Gobierno ha aprobado una reforma laboral que así lo dice.

Y a Manolo y Carmen no les gusta. A Manolo y Carmen cada vez les cuesta más llenar el depósito del coche, el carrito de la compra, vestir a sus hijos, comprar los libros y el material escolar, pagar el alquiler del piso, los recibos de la luz (que ahora volverán a subir) y del agua. Pero sobre todo, a Manolo y Carmen no les gusta un futuro que se acerca cada vez más al pasado, a aquel del que tanto hablaban sus padres y sus abuelos y lo único que tienen claro es que cuando el Gobierno habla de mercados, de recortes, de reformas fiscales y laborales, ellos están cada vez más con el culo al aire, y cuando ellos se quedan casi en pelotas, sus hijos simplemente se quedan sin futuro.

Por eso, Manolo y Carmen van a ir a la manifestación y mientras que con una mano guían a sus hijos, con la otra sujetarán un cartel que diga: ¡No a la reforma laboral! Por la dignidad en el trabajo y en la vida.